Robert Frank.

 




 Robert Frank, uno de los fotógrafos contemporáneos cuya particular mirada sobre la vida cotidiana revolucionó el lenguaje fotográfico de la posguerra, ha cuestionado y reinventado continuamente a lo largo de su trayectoria los límites de la imagen. Esta exposición muestra el viaje creativo de este artista desde los años cuarenta hasta la actualidad, a través de más de doscientas setenta obras, algunas nunca expuestas en Europa. En ella se recorre su trayectoria desde la observación social de sus primeras obras, tomadas con una cámara de mano, a su faceta como cineasta, sus trabajos en vídeo, en Polaroid, los fotomontajes y sus últimas obras de fotografía digital.

  Nacido en Suiza, Robert Frank (Zúrich, 1924) creció en un ambiente de calma relativa durante el caos económico y político de la Segunda Guerra Mundial. Formado durante el auge de la Nueva Fotografía —de la que hereda una factura técnica impecable, y que le inicia en la tradición comercial y en el fotoperiodismo—, pronto se identifica con la escuela suiza (Kollegium Schweizerischer Photographen) y con postulados de la Bauhaus, con quienes compartía su interés por ahondar en la poesía de lo cotidiano y por la experimentación formal. De hecho su primer portafolio, 40 Fotos, que llevará como carta de presentación a Estados Unidos, ya contenía aspectos de su obra que han ejercido una gran influencia en generaciones de artistas posteriores. Entre ellos se encuentran la sensación de inmediatez y de énfasis en el punto de mira del fotógrafo, los sistemas de secuenciación y la búsqueda de significados inesperados a través de la yuxtaposición de objetos, enfatizando las relaciones entre imágenes como manera de contrastar ideas y sensaciones.

  En 1947 Frank emigró a Nueva York, donde trabajó como fotógrafo de moda para revistas como Harper’s Bazaar. Sin embargo, la necesidad de experimentar libremente su proceso creativo le llevó a viajar durante los seis años siguientes por Sudamérica y Europa. Frank viajó por Perú y Bolivia con su Leica, elemento esencial en el desarrollo de su estilo, fotografiando áreas rurales, momentos banales, variaciones sobre un mismo tema a modo de diario, resaltando la fragmentación y naturaleza personal de sus fotos. . Su mirada, que desarrollaría en su trabajo posterior, se aleja de la visión normativa del fotoperiodismo. Sus fotos no documentan la esencia de una cultura, no hay sentido de totalidad. No remiten a un espacio o tiempo específico; por el contrario, sugieren que la realidad o cualquier verdad básica no debe discernirse a través de un ejercicio de racionalidad o lógica, sino a través de un proceso de percepción intuitiva.


  De regreso a Europa Frank abandonó la idea de crear una obra de arte individual, que le parecía insuficiente para captar la complejidad de la realidad, y comenzó a trabajar en series.

  En 1953 Frank regresó a Nueva York, donde se encontró con una joven generación beat de artistas, escritores y músicos que empezaban a cuestionarse los valores culturales imperantes en la clase media americana. En 1958 publicó, gracias a una beca Guggenheim, su controvertido libro The Americans, resultado de la selección de 83 fotografías de las más de 28.000 tomadas a lo largo de Estados Unidos durante más de dos años. Su intención era documentar “la clase de civilización nacida aquí y extendida a todas partes” desde el desapego y la frescura de una mirada extranjera; sin embargo, el eco que produjo esta publicación —una de las más influyentes de los últimos cincuenta años— convertiría esta mirada en esencia de la cultura y el espíritu americano. Si bien se trata de imágenes de factura extremadamente libre y espontánea, Frank identifica y sistematiza previamente los temas que le permitirán la descripción crítica de esa otra América de los cincuenta, de la que revela el patriotismo y la política, la riqueza y la pobreza, la violencia y el racismo, así como la vida cotidiana y de ocio, la alienación o la fuerza de las subculturas.

  
  En la década de 1960 Frank dejó de lado la creación fotográfica y se concentró en el cine, un medio que le permitía “decir más cosas” y ”de un modo distinto”. Su producción se caracterizó entonces por un estilo caótico, por la alternancia de géneros y por una manera transgresora de grabar su propia experiencia vital, a través de una compleja negociación entre el espacio público y su vivencia personal, real e imagina-ria. De hecho, los diálogos suelen derivar de conversaciones entre familiares y amigos, sin fronteras entre realidad y ficción, la vida o el arte. Sus películas testifican sus convicciones sobre el diálogo en comunidad, sobre el poder del arte para reconstruir y dar forma al individuo y la sociedad, y cuestionan irónicamente la capacidad de la cámara para captar la verdad, aspecto fundamental en toda su trayectoria.

Los trabajos más recientes de Frank consisten en copias digitales de fotos hechas con Polaroid que sugieren una serie de recordatorios o anotaciones, consignados en textos escritos a mano. My Father’s Coat (2000) y la serie Memory for the Children (2001-2003) presentan una combinación de imágenes ordenada según una lógica personal. Si su película The Present (1996) es una reflexión, sin trama ni guión, sobre los continuos intentos de Frank para vivir en el presente —“no sé qué historia me gustaría contar”—, su último film, True Story (2004), se puede considerar una meditación sobre el envejecimiento. Las últimas obras de Frank demuestran que sigue experimentando y buscando, como en sus inicios, una historia que guarde relación con su propia vida. Argumentos que se sustentan en los conceptos de cambio, memoria, percepción y que proponen, en palabras del artista: “Menos gusto y más espíritu… menos arte y más verdad.”

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