Fotografía, Motos, Drogas y Tatuajes. Una vida dedicada al arte.

 







 Dime cómo te llevas con el dolor y te diré quién eres”, escribió el filósofo Ernst Jünger, poniendo el dedo en la llaga.

  Alberto García-Alix es ya Historia viva de la fotografía contemporánea española. Un clásico «renovado» que reniega de la etiqueta «autor d
e la Movida», pero en cuyos límites encontró las bases de un estilo que le llevan hasta su trabajo actual.

  ¿Cómo empezaste en este oficio?
  Por casualidad. Mis padres me regalaron una cámara porque quería hacer fotos de motos. Mi hermano Alfredo corría en motos y yo, algunas veces, también. Él tenía un amigo que siempre venía con nosotros y hacía fotos. Nos las enseñaba los miércoles. Si la carrera era el sábado o el domingo, el miércoles venía a casa con las fotos. Eran en blanco y negro. Las hacía con una Leica.
  Por navidades, les pregunté a mis padres si podían regalarme una cámara. Me regalaron una compacta. Le pedí a mi padre si la podía cambiar por algo que fuera más… y me dijo que sí. La cambiamos por una Nikon… (duda). No, por una Canon FTB, un trasto.
En ese momento de mi vida conocí a un chico que se llamaba Fernando Pais. Nos fuimos de casa de nuestros padres a vivir solos. Él tenía un par de Nikon F2, hacía fotos y, además, tenía una ampliadora que montó en casa.
Yo tenía mi cámara y… me tomé un LSD que me sentó mal. No mucho, pero sí que me sentó mal. Tuve una mala bajada. Decidí que tenía que hacer algo para no estar todo el día sin hacer nada. Ni estudiaba, ni trabajaba, ni nada. Y decidí meterme en el laboratorio. Mi amigo no me enseño mucho. Sólo me dijo: “revelador, paro, fijador”. Empecé a meterme por las tardes.
Compraba un carrete, tiraba una sola foto -no dos o tres-, con una me conformaba. Era un juego. Fue en el laboratorio donde me fasciné con la fotografía. Al principio me quedaban muy oscuras. Entonces comencé a jugar con el tiempo, a cerrar el diafragma, a acercarme, la luz muy contrastada -en aquella época gustaba la luz muy contrastada- y empecé a encontrar la atmósfera.
  Uno se fascina cuando, a través del laboratorio, empieza a encontrar la atmósfera de lo que vio. No ya lo que vio, sino la atmósfera. Cuando aparece la atmósfera es algo mágico.
Me pasaba las tardes dándole más tiempo, utilizando papeles más suaves, ahora más duros… Luego según va la vida girando, he ido con el laboratorio a cuestas. En todas las casas lo montaba.
  Me fui enamorando y haciendo fotos. Tuvieron que pasar varios años, porque la fotografía era algo importante en mi vida, pero no vivía de ello. Eso sí, vivía con una mujer que por lo menos me apoyó. Nunca me dijo: “¿con qué se come eso?”.  Porque la fotografía me costaba dinero y nosotros éramos drogadictos. Vivíamos de otras cosas. Pero les digo una cosa; aunque no tenía ni puta idea, me sentía poderoso con la cámara. Poderoso no por talento, sino por individualidad; yo decido cómo, y dónde, y porqué, y qué veo.
Lo que primaba en esa época no era la fotografía era esto (hace un gesto de inyectarse heroína).

  ¿Crees que parte del éxito de tus primeras imágenes se debe a la fascinación que éstas ejercían en la gente que no se atrevía a cruzar ese “lado oscuro”?

  No, al contrario. Los primeros que ven tus fotos son tus amigos. Además, las fotos comprometidas no las exponía. De hecho, algunas las he llegado a romper por miedo a la policía. Los negativos de los setenta sobrevivieron; los de los ochenta, unos cuantos -deben de ser del año 84-85- los rompí. La foto se puede convertir en un chivato y tuve miedo. Fui un imbécil y destruí unos cuantos negativos. No eran muchos, pero unos cuantos.
Las fotos que sí me atrevía a mostrar eran retratos de amigos.
  Llegué al mundo de la fotografía a través del mundo del arte. Los primeros que ven mis fotos -vía Kiko Rivas- y deciden hacerme una exposición son la Galería Buades.
Venían todos los amigos, y de repente empezó la Movida. Una galería de arte se llenaba de rockers, de punks, de tal y cual. Además, en esa época lógicamente el público no compraba. (Para los galeristas) era muy divertido tener a Alberto y a toda la panda en la galería, pero vender no se vendía. Muy moderno (risas). Aún así, todos hacíamos algo. Todos éramos jóvenes. Había esperanza. ¡Es que hoy en día no hay ni esperanza! Antes nos creíamos la hostia. Para meterse en problemas hay que tener energía porque si no…
  Luego, era muy fuerte. En la soledad de mi laboratorio al revelar las fotos veía mi interior. Muchas veces pensaba: “qué dura es esta foto”. Hay alguna de mi hermano en la que ya el deterioro se notaba. Lo veían mis amigos. La vida va pasando. La vida pasa y de repente empecé a tener fotos de muertos, de amigos muertos.

  ¿Disparabas muchos rollos cuando hacías un retrato?

  No, podía utilizar dos o tres rollos. Tardo mucho en enfocar, tardo mucho en controlar lo que estoy mirando, tardo en concentrarme en lo que estoy haciendo.
Lo primero que hago es ver si me distrae algo. Para la buena foto nunca se tiran muchos disparos. Primero decido el espacio donde se va a hacer la foto, la luz…. Después cavilo todo lo que veo en el espacio. Soy lento. Cuando no queda más remedio, tiro. Me odio a veces por ser tardón. Pero bueno, fotografiar es un poco domesticar. Tengo que parar la tensión interior. Tener una tensión interior para que la gente se hipnotice ella misma con el objetivo, que se mantenga ahí. Dirijo -si puedo- aunque otras veces no. Al final con los retratos, si hay complicidad y te dan tiempo, funcionan.

  ¿Tu relación con los tatuajes es la misma que tienes con la fotografía, una forma de conservar el presente, de fijarlo?

  No, no. Mi relación con el tatuaje ha cambiado mucho con el tiempo. Cuando me hice el primero mi visión del tatuaje era una, ahora es otra. Al principio no era rebeldía, era Rock & Roll. Estaba en ese mundo y me gustaban los tatuajes. Pero ahora no. Ahora no sé si me gustan. Me los hago para reírme de mí mismo y porque necesito suerte y me pongo una estrella para que no se me caiga (risas). Hay que tener mucho cuidado con los tatuajes, te puedes poner un demonio….

  Desde tu primera moto (una Ducati de 50cc) hasta las Harleys que conduces desde hace años, la moto siempre ha sido un elemento muy importante en tu vida, ¿qué representan para tí las motos?

  ¡La mayor gloría de Dios¡ Alegría. Yo no sé conducir un coche. He ido toda mi vida en moto. Cuando era niño, antes de que me gustaran las mujeres, me gustaban las motos. Quería ser mayor para conducir motos. Yo no soñaba con trabajos ni nada, sino tener moto para viajar. La libertad total.

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